Una tarde fría de invierno que se nos va acostada en el horizonte. Un sol que se despide triste, desganado y pálido, como la última llama de una chimenea efímera. El rasgueo moribundo en las cuerdas de una guitarra vieja, acompañando las voces perdidas en el viento incansable.
Un recuerdo inventado de días felices y el olvido mentiroso de lo que un día fue. A lo lejos, los temblores que nunca causan daño, los que solo se sienten en el mirar profundo. Un silencio fingido de lutos ajenos y el recuerdo aparece otra vez...
Las verdades se pierden en la memoria y las caricias inconclusas de las sábanas se apartan. El pasado toca la puerta, insiste y se marcha sin respuesta. El desorden, sin prisa, retoma su lugar. Un suspiro que despierta entre las sombras nacientes libera a las palabras ansiosas de vivir.
Una tarde, como cualquier otra, sin intenciones de oscurecer. Las ganas absurdas de disfrutar el eterno lamento de las nubes en el cielo que se marchan para siempre. Un final tan misterioso del comienzo galopante en las líneas desconocidas. Un tiempo, un suspiro más y el recuerdo vuelve a aparecer...